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Eva: «Nunca pensé en el factor sorpresa…»

Soy Eva, de Huelva. Una chica normalmente decidida y bastante cabezota. Fuí mamá a los 29 y 30 años, después de varios abortos.

Mi primera lactancia, fue una lactancia frustrada, por una operación inminente de pecho. Cuando me dijeron que me tendría que operar de ambos pechos, cuanto antes, estando en la recta final de mi embarazo, me juré, en ese mismo momento, que a mí próximo hij@ le daría el pecho.

Durante el embarazo de mi primogénita, me había informado de todo lo concerniente a la lactancia materna, o al menos eso pensaba yo. Aun así, seguí profundizando un poco más durante el embarazo de mi segunda hija: el agarre correcto, las posturas, los tipos de succión… Todo lo que yo pensaba que sería suficiente para una lactancia exitosa, sin problemas… Cuán equivocada estaba… Nunca pensé en el factor sorpresa y lo que me esperaba… 

Llega el día de mí segundo parto. Tras un parto demasiado rápido, en el que estuve en shock todo el tiempo porque jamás pensé que me pudiera pasar a mí y menos después de haber tenido un primer parto de 3 días, m encuentro recién parida, en un paritorio vacío (con lo concurrido que había estado hacía apenas 5 minutos), con mi bebé en brazos… En ese momento me sentí demasiado sola… (Jamás imaginé que ese sentimiento me acompañaría tanto tiempo) Pero me puse manos a la obra, con todo lo que había aprendido, me descubrí el torso y dejé que mi pequeña hiciera el agarre espontáneo. Recorrió todo mi abdomen hasta llegar a mi pecho hasta que, lo que pensé que sería la sensación más bonita del mundo, se convirtió en mi mayor pesadilla… Me agarró el pezón de una forma que nunca he conseguido describir, deseaba quitármela de inmediato del pecho y así lo hice, una y otra vez, buscando el agarre correcto que nunca llegó… 

Aproveché que una enfermera se asomó a mi Sala de paritorio para preguntarle si era normal que me doliera tanto y ahí empezó mi tortura… Su contestación fue que sí, que claro que dolía, que al principio era normal y que le enseñara mis pezones. Cuando se los mostré me dijo que me iba a ayudar un poquito… Salió y volvió a entrar al instante, traía consigo mi «ayudita»: una jeringuilla a la que le había cortado la parte de la punta y le había dado la vuelta. Me la puso en el pezón e hizo vacío como cuando la vas a llenar de jarabe. De inmediato pegué un grito, sí, me había sacado el pezón, y con él un buen chorrito de calostro. Supuestamente debía hacerme eso antes de ponerme la niña al pecho. Jamás lo volví a hacer, tuve bastante con la primera experiencia. 

Unas horas después, me habían subido a la habitación y sin que mi niña se hubiera conseguido coger bien el pecho. La primera noche durmió encima de mí y la ponía al pecho como podía. Me empezó a agobiar el ver que no estaba haciendo una succión nutritiva como la que había visto en tantos videos, pero claro, tampoco sabía si era normal el que no la hiciera aún o si era fruto de que aún no me había subido la leche. Para la mañana siguiente, ya había amanecido con postillas en los dos pezones y uno de ellos empezaba a sangrar… Ya empezaba a ser un tormento el que la niña quisiera teta y tuviera hambre… Se me revolvía todo el cuerpo de pensar que me la tenía que poner al pecho y esto no había hecho más que empezar…

A lo largo del día pedí a varias enfermeras que vinieran a ayudarme con la lactancia, todas me dijeron lo mismo: «La chica que te puede ayudar está de libre,  a ver si te puedo ayudar yo»… Venían a la habitación y me decían que el agarre era perfecto, que era normal que doliera hasta que hiciera callo…. Y tanto que estaba haciendo callo… 

Para cuando nos dieron el alta la niña ya había perdido más de 300g.

El día que llegamos a casa empecé a tener fiebre. Todo mi entorno me decía que era normal, que la subida de leche podía dar fiebre, pero la fiebre cada vez iba a más, 39’5º,  y el pecho muy duro y enrojecido… En casa estaban mis padres, mis suegros, mi marido y mis hijas…  Quizás demasiada gente para lo que yo necesitaba en ese momento, pero ahí estaban,  dando  consejos que yo no necesitaba escuchar en ese momento:

– No tienes necesidad de pasar por esto, métele el bibi

– ¿Otra vez la niña en la teta? Esa niña se está quedando con hambre

– Si tanto te duele dale el bibi

– Esta niña llora mucho, dale el chupete a ver si se calma

– Son 10 minutos cada pecho

 …Y un sinfín de «consejos” más. Esa misma tarde me puse en contacto con Mimi, mi angelito de la guarda, la única persona que me apoyaba y no me juzgaba por la «locura» que estaba haciendo. Como ella me dijo, efectivamente tenía una mastitis. Así que empecé a seguir sus indicaciones, que me vinieron genial, fui mejorando un poco aunque el pecho seguía igual, duro como una piedra, con rojeces y los pezones destrozados. Ella vió un vídeo de la boca de mi bebé y me dijo que estaba segura de que mi bebé tenía un frenillo submucoso, me ayudó a ponerme en contacto con una matrona que podía ayudarme con la lactancia. Mi hija tenía 5 días cuando fuimos a ver a esta matrona por primera vez.  Nos atendió muy amablemente sacándonos un hueco en su agenda. Ella nos volvía a decir que la pequeña tenía frenillo pero que prefería que lo valorara la Dra. Carmen Vega, experta en frenillos y anquiloglosia. De ella, también nos había hablado Mimi.

Cuando acabamos en la consulta de la matrona, me puse en contacto con Carmen Vega. Casualidades del destino, tenía un hueco de una cita anulada al día siguiente. Ese mismo día fuimos a pesar a la niña. Seguía perdiendo peso, así que haciendo caso de las presiones que tenía de mi alrededor,  empecé a darle suplemento con leche de fórmula porque no conseguía extraerme suficiente con el sacaleches. 

Al día siguiente, nos dirigimos a Sevilla a ver a Carmen.  Salí con muchas cosas nuevas que hacer, y con la certeza de que mi niña tenía frenillo, pero era nuestra decisión cortarlo o esperar a ver cómo evolucionaba la lactancia, aunque estaba claro, que la evolución iba a ser un poco oscura… De vuelta a casa estuve hablando con Mimi, le pregunté muchas cosas sobre la frenectomía que necesitaba saber, además de todo lo que Carmen me había explicado.

Esa fue una de las peores vueltas a casa… Tras una discusión muy dura con mi marido, de nuevo me sentía sola ante la adversidad, como aquel día en el paritorio. La cabeza me daba mil vueltas, estuve a punto de tirar la toalla pero sabía que yo era la única que estaba haciendo hasta lo imposible por darle lo mejor a mi hija. Este pensamiento lo convertí en mi lema. Me lo he repetido todos los días desde hace casi un año, junto con mi grito de esperanza de «un día más es uno menos» pegada a mi amigo: “El Sacaleches”.

Después de aquel camino de vuelta a «casa», mi «casa» perdió su significado durante el siguiente mes cada vez que tocaba pesar a la niña… Con cada pérdida de peso tenía que sortear mil críticas por seguir dándole el pecho en lugar del bibi. A esto se le sumó el que, con cada bibi que suplementábamos, la niña se iba poniendo peor: se retorcía de dolor, vomitaba la leche como si fuera cuajo, empezó a tener diarrea… Para entonces se acababa de instaurar el dichoso Estado de Alarma en España por la Covid’19 que no facilitaba en nada las cosas. Es en este momento cuando empiezan nuestras interminables visitas a distintos médicos… Sí, Irene es alérgica a la proteína de la leche de vaca. Alergia a la que se le han ido sumando las sospechas de que sea alérgica a muchos  otros alimentos a lo largo de los meses, algún problema digestivo/intestinal y una dieta muy estricta que no podemos descuidar bajo ningún concepto. 

Con todo esto, me he visto  probando mil leches y discutiendo con su pediatra para que me recetara la  leche elemental que le sentaba bien a Irene para su suplementación y las pruebas médicas que creía que necesitaba. Además de luchar con él, he tenido que luchar con muchos otros médicos, y no médicos, por nuestra lactancia, puesto que no ha habido ni un solo día que no me hayan aconsejado que la dejara para que los síntomas de Irene mejoraran, se estabilizara y empezara a poner peso…

Durante todo este tiempo tuve la espinita de cómo hubiera ido todo si hubiéramos cortado el frenillo… Así que un día, tras llevar tres meses a base de lactanza (probióticos), antibióticos varios para las mastitis de repetición, horas y noches interminables pegada a  mi amigo “El Sacaleches”, una bebé que seguía 24h pegada en la teta y pezones siempre doloridos y deformados, me dispuse a coger «el toro por los cuernos» y quemar mi último cartucho antes de tomar una decisión que sería la más dolorosa de mi vida. Cogí a mi marido y le dije que había aguantado 3 meses por él, para darle un poco de tiempo a ver cómo evolucionaba el frenillo y la lactancia como él me había pedido, pero que había llegado el momento, que íbamos a intervenir ese frenillo que tanto nos estaba maltratando a las dos. Como podréis imaginar esto supuso echarme de nuevo a todo el mundo en contra porque «cuidado por hacer pasar a la niña con lo chica que es por eso pudiendo darle el Bibi». La verdad es que ya estaba un poco acostumbrada a que me criticaran y a ser el piojo verde… Estos 3 meses habían dado para mucho, con lo cual nadie me iba a frenar.

De nuevo, como no podía ser de otra forma, informé a Mimi de mi deseo y le escribí a Carmen Vega como ella me había aconsejado,  para entonces estaba de baja y muy amablemente me recomendó a Chiqui de Cos.

Cuando le dije a mi marido que había hablado con ella y que en dos días teníamos que estar en Jerez, poco no le da algo… (Irene no soporta el coche, desde que la montas hasta que la bajas se la pega llorando, y no teníamos que ir un día, sino unos cuantos…). 

Llegamos a Jérez, nos atiende Chiqui y su arte (que graciosa es, tiene un rato que reír). Íbamos decididos, bueno yo iba decidida, pero él no se opuso. Fue un segundo, no sangró más de una gota y cuando me la puse al pecho… madre mía cuando me la puse al pecho… Tuve ganas de llorar, creo que lloré: ¡Qué maravilla! ¡¡¡No sentía dolor!!!

Sabía que nos quedaba un camino largo de ejercicios y que aún me esperaba por aguantar mucho pero creo que puedo decir que desde ese día mi vida cambió. ¡Empezamos a disfrutar las dos

No voy a mentiros, el camino no ha sido fácil, los ejercicios postfrenectomía se nos hicieron muy cuesta arriba, pero a los dos meses ya teníamos el alta. Irene ha seguido necesitando suplementación, pero conforme ha ido pasando el tiempo, mis horas de Sacaleches fueron dando su fruto y llegó un momento en que pude suplementarla solo con mi leche hasta que desde que empezamos con la AC, dejamos de lado los bibis (y el sacaleches) y ya solo toma teta además de su alimentación complementaria. Tengo mucha suerte porque es una niña con un apetito increíble. 

Hoy tiene 11 meses y medio y, aunque no ha sido fácil por todo lo que habéis leído, he de decir que lo volvería a hacer mil veces más por tener la complicidad que tenemos, por ver cómo se le ilumina la cara cuando me ve o como se le ponen los ojillos blancos del gusto cuando mama, por esas caricias que nos dedicamos que son las mejores que me han dado nunca y por esa sonrisilla que le sale cuando me mete el dedito en la boca (o en la nariz) a modo de «mírame Mami que te estoy mirando». 

Lo que sí tengo claro es que he hecho lo mejor que he podido hacer por mi hija: Luchar por su lactancia. Y así lo seguiré haciendo hasta que las dos queramos. Sé que ahora llega la época de «le tienes que ir quitando la teta ya»… pero lo que no saben es la sorprendente respuesta que les espera. 

Ojalá pudiera deciros con certeza que nunca os harán dudar, pero por desgracia no es así. Os harán dudar y mucho, pero debéis confiar en vosotras porque ¡NOSOTRAS PODEMOS!

Tengo claro que no hubiera podido con esto sola, que le debo mucho a quién me ha estado apoyando desde la distancia incondicionalmente y que siempre, siempre, ha tenido palabras de aliento, fuera la hora que fuera. ¡Gracias Mimi, por todo, de verdad!

Los grupos de apoyo hacen una función increíble, os ánimo a que hagáis tribu. 

Esta es mi historia y espero que os haya servido.